Pipipipi, pipipipi, pipipipi, el despertador sonó a las 03:40 de la madrugada. Nos levantamos sin decir una sola palabra, la tensión se palpaba en el ambiente, queríamos ser los primeros en llegar al Machu Picchu y sabíamos que la tarea no era fácil. Nos vestimos, desayunamos sobre la mesa de noche un zumo, un yogur líquido, un sandwich y unas galletas. Seguíamos sin hablar, lo único que rompía el silencio eran las palabras "pásame el zumo". El desayuno acabó, nos colocamos los frontales y partimos a la aventura en plena noche.
Al salir al frío nocturno nos dimos cuenta en seguida que no eramos lo más madrugadores, y mucho menos los primeros en salir. Comenzamos a aumentar el ritmo para adelantar la tremenda hilera de luces que se veían delante de nosotros, no fue un ejercicio sencillo, los escalones que formaban la ruta eran capaces de destrozar al menisco más potente. Al principio saludábamos de buen rollo a todo el que adelantábamos, pero ante la ingente fila de gente se terminó por convertir en una verdadera carrera . . . ya no saludábamos a nadie, hacíamos interiores en las curvas al más puro estilo Fernando Alonso, incluso tropezábamos con la gente en algunos tramos estrechos, bueno, estas típicas cuestiones competitivas que sólo Javi el Rana sabría apreciar. Aún así fuimos capaces de disfrutar entre jadeos de la belleza del camino.
La ascensión fue rápida y la sudada importante, pero el premio que nos esperaba era grande. Al llegar a un acceso en la parte superior vimos a un guarda ante una puerta. Observamos con la satisfacción del deber cumplido que eramos los primeros. Al acercarnos el guarda nos comunicó con cierta cara de perplejidad que esa puerta eran unos baños públicos y que el acceso era más arriba. Seguimos adelante con la moral un poco tocada, sobre todo al ver que ya habían tres personas en la puerta . . . "fuimos los cuartos" y ya eran las 05:15, pero lo peor es que tras este duro ascenso no pudimos entrar, la puerta no la habrían hasta las 06:00 de la manana. Tocaba esperar, aunque todavía con la duda de saber si podríamos entrar, ya que nuestro boleta tenía la fecha del día siguiente. Pero las dos peores cosas que nos pasaron fueron, primero, que a todos los que habíamos adelantado horas antes se fueron acumulando en la puerta, y segundo, que la ilusión de ver amanecer desde el pico del Huayna Picchu se desvaneció completamente.
Finalmente llegó la hora de entrar, y el primer comentario que le oímos al funcionario fue preguntar a su colega del control de acceso que día era, las pulsaciones de nuestro tocado corazón se aceleraron de forma estrepitosa, pero con la frialdad que nos caracteriza pusimos el dedo gordo en la fecha del boleto y mostramos nuestra clásica cara de seguridad . . . ESTÁBAMOS DENTRO . . .
La verdad es que cuando accedes al Machu Picchu se te olvidan de pronto todos los inconvenientes sufridos para llegar. La belleza del sitio, su inmensidad, la paz y la energía que transmite te dejan paralizado en la primera loma en la que los ojos ven por primera vez este mágico lugar. Los comentarios de las guías de viaje y de la gente dicen que se siente la energía, y creemos sinceramente que cada uno de nosotros lo vivió de manera diferente y especial. Fue una gran experiencia personal, las palabras sobran . . .
Después de ver todo esto los tres convenimos de forma unánime que, sin duda, es por méritos propios, una de las 7 Maravillas del Mundo.
Pasamos varias horas disfrutando del momento, pero al ver que cada vez llegaba más gente, unas 2.500 CADA DÍA, decidimos poner fin a la aventura y regresar a Cusco. Volvimos a tomar el tren e hicimos una parada intermedia en Ollantaytambo, El Valle Sagrado, el emplazamiento en el que la población Inca adquirió gran relevancia en la zona.
Las ruinas de este lugar también eran impresionantes, aunque después de ver el Machu Picchu todo se quedaba algo pequeno. A pesar de todo las sorpresas en esta tierra de sensaciones siempre estaban a la vuelta de la esquina. A las puertas del valle oíamos una especie de canción que sonaba como una letanía. Al acercarnos pudimos ver que se trataba de un arpero ciego. Nos quedamos mudos oyendo aquello, tenía algo que cautivaba . . . la mezcla de su mítica indumentaria, el tono de su voz y la destreza con el instrumento era conmovedor.
Con las mochilas cargadas de experiencias personales retomamos el camino en un bus colectivo, o lo que es lo mismo, una furgona pirata que nos bajó hasta el pueblo tras tres horas de carretera y adelantamientos al más puro estilo de la fórmula 1.
Llegamos rendidos al hostel, cenamos algo rápido y caímos en brazos de Morfeo. Aún así nos quedaba todo un día y medio en Cusco antes de partir hacia el centro del Perú, a Huaraz y sus famosas montañas, por lo que la noche siguiente decidimos darnos un respiro y tomar una buena cena y unas cervezas. De casualidad encontramos lo que a la postre sería uno de los mejores locales nocturnos que hayamos visto nunca. Se llamaba "The Frog", y se caracterizaba por un diseno espectacular, con varias salas y diferentes ambientes en cada habitación. En la entrada había un salón enorme en el que además de cenar podías disfrutar de actuaciones en directo. Nos tocó ese día una parejita de argentinos que tocaban boleros y tangos acompanados con una guitarra, a lo que nosotros anadimos unas partidas al juego tradicional de la rana, al billar y a los dardos que nos supieron a gloria . . . sencillamente inolvidable.
El día siguiente lo pasamos dando la última vuelta por Cusco, museos, iglesias, etc . . ., hasta que llegó la hora de vuelo de regreso a Lima. A partir de ahí un nuevo bus-cama durante toda la noche y amaneceríamos en Huaraz dispuestos a escalar las vías del Hatun Machay, veremos como llegamos de fuerzas . . .